viernes, 19 de julio de 2013

La leyenda del tero de Marta Giménez Pastor

Se dice que tiempo atrás, el tero era un adinerado caballero dueño de un gran almacén de ramos generales al que diariamente iban a hacer sus compras la mulita, la liebre, el ñandú y la vizcacha, entre otros.
El tero sentía una especial simpatía por esta última. La atendía con preferencia  y en ocasiones, ¡muchas ocasiones!, la vizcacha conseguía que el gentil almacenero le fiara todo lo que ella pedía.
Al principio, la cosa fue sencilla. La vizcacha cargaba su bolsa con esto y lo otro y lo de mas allá, y llegado el momento de pagar, siempre le faltaban unos centavitos.
_ ¡Ay, qué barbaridad, don tero… me quedo corta en algunas moneditas…! Bueno, ¡tendré que volver otro día!_ decía, haciéndose la cumplida.
_ ¿Volver otro día? Pero que ocurrencia, Doña vizcacha… Aquí lo que sobra es confianza en los clientes. Lleve todo y me paga mañana.
_ ¡Oh, que amable es usted! Mañana sin falta me doy una vuelta.
Después la cosa cambió. Ya no era unas moneditas lo que le faltaba a la vizcacha, sino todo el importe de la compra.
_ ¡Ay, que inconveniente, Don tero…! ¡Me he olvidado la billetera…! ¿Le pago otro día?
Caballero, el tero, siempre aceptaba que a la vizcacha le habían robado la cartera o que no tenía cambio, o alguna otra excusa por el estilo.
Hasta que un día advirtió que la deuda de la vizcacha ya ocupaba varias hojas en la libreta donde el anotaba la mercadería fiada, y entonces decidió cobrar.
Considero de buena educación no mandar a nadie con el recado. Iría el personalmente y con delicadeza.
_ Seguro que se trata de un olvido… En cuanto me vea, me pagara de inmediato_ se decía en el camino.
Pero lamentablemente no fue así.
La dueña de casa dijo que había estado enferma… que tenía muchos gastos, que patatín y que patatán, la cosa es que el tero se volvió tal como se había ido.   
La vizcacha no apareció más por almacén y las visitas del tero se repitieron una y otra vez sin resultado alguno.
Por in la muy picara, fastidiada por la insistencia del tero, opto por abandonar la casa y esconderse en la tierra.
Sin embargo, el tero no se dio por vencido y se propuso esperarla día y noche hasta que saliera y en ese momento poder cobrar la deuda.
Y allí se lo pasa, atento y vigilante, haciendo guardia para que no se le escape la vizcacha.
Todos lo ven en el campo, con los ojos enrojecidos por no dormir, pero... siempre con su impecable pechera y el corbatín negro ¡Todo un caballero!

                         

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